HISTORIAS
DEL MAR:
Por JUAN
EMILIO PRADES BEL EL COMBATE NAVAL DE LEPANTO, CRÓNICA HISTÓRICA DE FLORENCIO JANER DE 1856.
INTRODUCCIÓN:
EXPOSICIÓN DOCUMENTAL: Gaceta de Madrid: núm. 1437, de 10/12/1856, página 4.
HISTORIA POR JANER. EL COMBATE NAVAL DE LEPANTO.
Autor: Don Florencio Janer, año 1856.
(Conclusión.) IV. Hallábase ya el sol en mitad de su curso el domingo 7 de Octubre de 1571 , cuando los primeros cañonazos que en demanda y aceptación de combate dispararon cada una de las dos poderosas armadas, pusieron en activo movimiento á los combatientes y á los miserables remeros , que encadenados y obedeciendo al terrible látigo de los cuatralvos de las galeras, iban á ser mudos testigos de una pelea la cual, por el ímpetu con que se adelantaban las naves y por los sañudos motivos que las reunían en aquellas aguas, tenía trazas de ser sangrienta y de fatales consecuencias. Al encaminarse al combate advirtió D. Miguel de Moneada al austríaco, que en aquel día se celebraba con mucha devoción la fiesta de Nuestra Señora de los Remedios en la iglesia de los Trinitarios de Valencia, y como aquel Príncipe era tan devoto de la Madre de Dios, se encomendó á ella con fervorosa piedad, y lleno de valeroso ánimo entusiasmó con su ejemplo á los que le rodeaban, dejando todos en manos del Altísimo el buen éxito de la empresa. Turbó por de pronto al Doria el venir la mayor parte de la armada enemiga sobre su escuadra y extremo del frente de batalla en que iba, estando los otros tan apartados de él, que atentos al enemigo propio que tenían delante, no sé acordarían de socorrerle. Con este intento Aluch Alí, para darle por proa y popa, llevaba su cuerno á lo alto porque tomando más espacio, pudiese con facilidad embestir superior en más de la mitad de galeras. Pero el Doria, diestro en artificios navales, enderezó contra su nave saliendo al mar, encaminando sus consejos y hechos según los del astuto corsario. Así que estuvieron á tiro de cañón, las seis galeazas venecianas descargaron su artillería sobre la armada enemiga y la desordenaron, haciendo en ella tanto estrago que, maltratadas algunas galeras, fueron poco á poco á fondo. Tan terrible ímpetu debió ser evitado desde luego por los turcos que, para eludir la lluvia de balas que caía sobre ellos, dividieron su armada en muchas escuadras, y juntándose otra vez, acometieron con una feroz gritería: por su parte los de la Liga recibieron el ataque con mucho ruido de trompetas. Las naves Capitanas, y á su ejemplo las galeras, embistiéronse unas contra otras con arrojo sin igual. Grande era el estruendo de la artillería y arcabucería. El humo de la pólvora formaba una espesa niebla que oscureció enteramente el sol cuál si fuese de noche, y puede decirse que en espacio de hora y media no se conoció ventaja alguna por ninguna parte, habiendo ambas trabado la pelea más acérrima y sangrienta que se haya visto. La batalla se había empezado por la escuadra del Barbarigo, quien arremetió con sus galeras peleando con furioso esfuerzo. El de Austria, conociendo cual era la nave de Alí por las banderas que traía, mandó al Comité Real embestir contra ella, y aferradas fuertemente, comenzaron un terrible combate, como si tomaran á su cargo todo el riesgo de la victoria ó de la pérdida. Venían con el turco otras siete galeras de las principales que acudieron también sobre el austríaco, y á la popa de la galera Real de este seguía la Capitana del Comendador mayor de Castilla, y á cada lado las galeras Capitanas del Papa y venecianos; de manera que puede asegurarse fue el centro de las armadas el sitio donde la pelea era más brava, y más triste y lastimoso el espectáculo que se ofrecía á la vista. «Jamás se vió batalla tan confusa, dice Cabrera, trabadas las galeras una poruña, y dos y tres con otra, como les tocaba la suerte, aferradas por las proas, costados, popas, proa con popa, gobernando el caso. El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros fuego, humo, por los lamentos de los que morían. El mar vuelto en sangre, sepulcro de muchísimos cuerpos que movían las ondas, alteradas y espumantes de los encuentros de las galeras, y horribles golpes de la artillería, de las picas, armas enastadas, espadas, fuegos, espesa nube de saetas como de granizo, volviendo erizos y espines los árboles, entenas, pavesadas y vasos. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor; la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir dé los amigos, animar, herir, matar, prender, quemar, echar al agua cabezas, piernas, brazos, cuerpos, hombres miserables, parte sin anima, parte que exhalaba el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban á las galeras para salvar la vida á costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados, les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos.» Mas á las dos horas escasas de pelea, rechazados los españoles de la Real enemiga por tres veces consecutivas con gran mortandad de ambas partes, fue el Almirante Alí herido en la frente de un balazo, y renovando aquellos el combate, derribaron y destruyeron cuanto se les oponía delante, pudiendo D. Juan de Austria dar el grito de victoria. Debióse gran parte de ella á los esfuerzos de D. Lope de Figueroa, D. Miguel de Moneada y D. Bernardino de Cárdenas, que socorrían el combate según les tocaba, pagando el último asaz caro su valor; pues herido de un esmerilazo que le dio en la rodela sin pasarla, fue derribado y quebrantado mortalmente. D. Juan en el estanterol ordenaba desahogadamente, asistido del Conde de Priego, D. Luis de Córdoba, D. Rodrigo de Benavides, D. Juan de Guzmán, Rui Diaz de Mendoza, D. Felipe de Heredia, y por bajo del estanterol gobernaban la galera Real Gil de Andrade y Juan Vázquez Coronado. Un historiador afirma que al tiempo que un español se aceleraba á llevar al austríaco la cabeza de Alí, fue arrojado al mar; pero otros muchos aseguran que se clavó en la punta de una lanza para que fuese vista de todos, y este unánime testimonio, dice un escritor, parece digno de mayor crédito. Al propio tiempo fue entrada y ganada la galera de los hijos de Alí, y cautivados los dos por el Comendador mayor, contando el uno 17 años y el otro solo 13. Un gran clamor de los que con ánimo alegre proclamaban ya la victoria, los sonidos de los instrumentos bélicos, los alaridos de los combatientes, los áyes de los moribundos y maldiciones de los vencidos, que ya no procuraban otra cosa que ponerse en salvo, formaba todo el más terrible y horroroso espectáculo. Peleábase, empero, todavía por los venecianos intrépidamente en el ala derecha, hasta que herido el Barbarigo en un ojo por una saeta, abatiéronse los ánimos de tal suerte, que su galera hubiera sido apresada por los turcos, si no la socorriera el Marques de Santa Cruz, quien, rehaciendo la pelea, cambió la fortuna, pues se apoderaron de muchas galeras enemigas, huyeron otras hacia tierra, encallaron 20 en la playa, las cuales, abandonadas de sus tropas, fueron incendiadas después por los vencedores. Doria, que en el ala izquierda hacia frente á Aluch-Alí para pelear, había extendido su escuadra separada de la armada con el fin de evitar que le rodease el enemigo. Más este, que no podía sufrir el nutrido fuego de las galeazas, se apartó algún tanto del sitio de la pelea, hasta que, acometiendo luego de improviso algunas galeras dispersas de la Liga, pudo ensañarse en ellas y causar grande estrago en su gente. Viéronse envueltas en esta estratagema 12 galeras que quedaron apresadas, y la Capitana de Malta fue tan maltratada á pesar de los heroicos esfuerzos de valor que hicieron los que la montaban, que perecieron casi todos sus soldados con 50 caballeros y su Capitán Justiniani, recibió muchas heridas y perdió la bandera. Quizás las hubiera remolcado todas consigo Aluch-Alí, pasando á cuchillo el resto de sus tripulaciones, si no hubiera abandonado la presa por ver iba contra él la escuadra del Doria, y así, evitando al propio tiempo la pelea, se echó á huir en alta mar. Ocho galeras sicilianas, al mando de Don Juan de Cardona, le salieron al encuentro valerosamente para castigar tanta audacia, y ya iba á trabarse una pelea en que el Cardona hubiera perecido sin remedio por ser muy inferior en fuerzas, cuando el turco redobló su fuga á vela y á remo, dejándolo libre para evitar fuera sobre él la armada vencedora del austríaco. Y en verdad fue de sentir no pudieran darle alcance los vencedores, porque entonces pocos hubieran sido los enemigos que no hubieran quedado muertos ó prisioneros; pues la á primera voz de victoria que dieron los de la- Liga, redoblando los sonidos de sus instrumentos marciales, que con la gritería de los turcos y el estampido de los arcabuces, poblaban el aire de un pavoroso estruendo, decayó el ánimo de los soldados de Selim, y se multiplicó el esfuerzo de los cristianos. Aun los mismos de estos que iban encadenados al remo en las galeras otomanas, volviéronse contra sus opresores sirviéndoles de armas lo primero que les venía á mano, encontrándose así aquellos con encarnizados enemigos dentro de sus propias naves; y también los forzados de la Liga, desferrados por sus Capitanes, compraron, dice un historiador, el salir de servidumbre vil y fatigosa con las muertes de los bárbaros en cuyas galeras, llevados de la promesa de sus Generales y deseo de robar, saltaron furiosamente. «Los turcos), aunque de todas partes, heridos con mala ventura, alargaron la batalla hasta el fin del día, siempre furiosa y terrible por la esperanza de una parte y la desesperación de otra. Metíanse en las galeras á recibir la muerte antes que rendir las vidas, ciegos del furor, locos de rabia; vista miserable y espantosa.» Triste fin de gente valerosa, que no la merecieran tan desgraciada, si sus crueldades pasadas no hubieran puesto de parte del cristiano y justo el brazo invencible de la Omnipotencia divina. La noche puso fin á la batalla, que, según unos, había comenzado á las once ó á las doce del mediodía, y según otros á la una en punto de la tarde. Durante toda ella fueron saqueadas las naves enemigas, en las cuales se encontró gran cantidad de oro y plata en moneda, preciosos vestidos y otras cosas de valor, no cesando la matanza de enemigos; pues puede decirse no tanto fue batalla como carnicería. A la mañana siguiente pudo reconocerse bien á las claras el estrago causado por las armas: teñidas en sangre las aguas del mar sostenían infinidad de antenas, mástiles, cadáveres y todo género de instrumentos navales. Asegúrose que llegó á 35,000 el número de los turcos muertos en el combate, abrasados y sumergidos. La armada vencedora perdió 17 galeras y 7,756 hombres, y de los enemigos fueron hechos cautivos 7,920, perdiendo 167 naves. De estas se apresaron 117 galeras, de galeotas y fustas 13, tocando á los vencedores 117 cañones, 17 pedreros con 256 piezas menores y 3,486 esclavos. En una palabra, quedaron los turcos completamente derrotados, y el día 7 de Octubre recibió la cristiandad entera satisfacción completa de los horrendos ataques que hasta allí había sufrido del solio otomano. No tardó D. Juan de Austria en enviar la feliz nueva al Rey D. Felipe II con D. Lope de Figueroa, al santo Pontífice con el Conde de Priego, y á los venecianos con D. Pedro Zapata, Gentil-hombre de su Cámara. Recibieron después las relaciones circunstanciadas de la batalla, el nombre y número de los muertos y heridos, los más heroicos hechos de armas, y los galardones que merecían todos los combatientes, porque en valor en el pelear y en ánimo para vencer, no hubo diferencia entre españoles y romanos, alemanes y venecianos. Todas las naciones, dice Cabrera, pelearon como leones. Así fue en efecto, y Bun- que el número de cristianos muertos, contando los que fenecieron después por la mala curación de las heridas envenenadas, no fué exorbitante, sino muy al contrario incomparable con el de los turcos que fenecieron, prueba claramente que hubo choques y abordajes tremendos, donde la fortuna mudó no pocas veces de parte. Hasta el mismo D. Juan de Austria salió herido sin saber cómo, de una cuchillada. También selló con su sangre la victoria el héroe-autor, el ingenio de los ingenios, la gloria y el desdoro de España al mismo tiempo, en fin, el inmortal Miguel de Cervantes Saavedra. (1) Tal fue el combate naval de Lepanto. Pero suceso tan importante, victoria tan completa y memorable, nos produjo los resultados que eran de esperar, porque las desavenencias debilitaron á los vencedores. Por de pronto se resintió el Duque de Florencia, no cumpliéndose con él conforme lo capitulado con Su Santidad, y dieron que temer á Felipe II, los movimientos políticos de Flandes y Francia. Receloso de suyo este último de cualquier poder que pudiera hacer sombra á su autoridad, opúsose desde luego á que admitiera D. Juan de Austria la corona Real con que le brindaban los cristianos de Albania y Macedonia, y el General de Venecia no accedió á la expedición que propuso el vencedor contra los Dardanelos; En medio de estas demoras se aplazó una nueva expedición para la siguiente primavera, desconociendo las fuerzas del imperio turco , puesto que se creía habían quedado, con la derrota de Lepanto, imposibilitados para largo tiempo. Pero sucedía todo lo contrario. Perdió, sí, el Imperio otomano sus más aguerridas tropas y sus mejores naves en el combate del 7 de Octubre, mas no era nación tan pobre ni tan insignificante que no pudiese levantar en corto espacio de tiempo nuevos ejércitos con nueva y poderosa armada. Hé aqui por qué reanimados los turcos, cuando el Embajador de Venecia se llegó á pedir audiencia al Gran Visir, fue recibido con las siguientes altaneras palabras: — ”Sin duda vienes á escudriñar hasta dónde llega nuestro desaliento, tras el desmán que acabamos de padecer, pero ten desde luego entendido que media grandísima diferencia entre vuestros quebrantos y los nuestros. Al quitaros un reino, venimos á cercenaros un brazo y vosotros, al dispersar nuestra escuadra, no habéis hecho más que afeitarnos. El brazo quitado ya no retoña, pero la barba rapada asoma luego con nueva pujanza…”, y efectivamente, no estuvo por demás semejante contestación, pues durante el invierno posterior á la batalla de Lepanto, que lo pasaron los de la Liga en despachos, pareceres y contestaciones, construyeron los turcos en los astilleros de Constantinopla, sin el menor aparato, 150 galeras y ocho galeazas, presentándose por Junio del año 1572 con una armada de 250 naves. Tan grandiosas fuerzas no pudieron menos de intimidar á los venecianos, acaso por la cercanía del turco, y por creer llevarían en su ira la mayor parte, por lo cual pidieron la paz y la firmaron con tales condiciones, que más bien parecía eran ellos los vencidos, y no los que habían coadyuvado en la célebre victoria de Lepanto. El Pontífice, sin embargo, continuó en la Liga, y al saber Felipe II la separación de los venecianos, conformóse con su acostumbrada serenidad, y aseguró á Pió quedaba siempre á su cargo contrarrestar á los enemigos del nombre cristiano, y escudar todos los pueblos católicos. Con sin igual donaire tomaba también el valeroso D. García de Toledo la 'noticia del comportamiento de venecianos, pues refiriéndose á ella escribía desde Nápoles á 8 de Abril de 1573. «Pues Dios ha sido servido que la Liga no dure, esto debe ser lo que más conviene á su servicio, y por este camino nos debe querer dar mayores victorias que las pasadas contra sus enemigos; y habiendo sido el no durar cosa antevista, antes que se supiese, no hay para qué espantarnos de ello, con que quedemos amigos como antes, que esto á mi parecer conviene, y que cada uno atienda á atar su dedo.» Parecía que de todos modos debiera sacar la España algún fruto de aquella famosa batalla que conmovió el mundo, y cuyo nombre suena aun hoy día con admiración y respeto en todos los labios. ¿No hubiera sido fácil la conquista de las costas y plazas fuertes africanas bañadas por el Mediterráneo, quedando D. Juan de Austria por soberano de todas ellas? Tan lejos de esto, al poco tiempo surcaban ya de nuevo todos los mares poderosas escuadras turcas, sufriéndose de nuevo sus terribles y continuados embates. Y sin embargo, las consecuencias del combate naval de Lepanto hubieran podido ser de excelentes resultados, no solo para España y para las Potencias que entraron en la Santa Liga, sino también para todas las naciones de Europa. Si se hubiese dado otro sesgo á las disposiciones que se tomaron después de una victoria de tan colosales medidas; si se hubiese utilizado el pavor que quedó en el pecho de los turcos al sufrir derrota tan completa; si se hubieran orillado intereses mezquinos y recelos infundados , que hacían sombra á las miras nobles, patrióticas y desinteresadas del vencedor de Lepanto; si los efectos instantáneos que produjo aquella célebre jornada, efectos físicos y morales de grande consideración , no solo sobre el Imperio turco, sino también sobre las demás coronas de Europa, émulas de la de Felipe II, se hubiesen aprovechado de otra manera; si, en fin , hubiera mareado D. Juan de Austria sobre Constantinopla , apoderándose de ella y dado al través con la Potencia otomana , brindando á la Grecia entera con su libertad, y ondeando el pendón castellano en las vastas regiones dominadas por la media luna, otras hubieran sido las consecuencias de aquel tremendo combate, otros sus ventajosísimos resultados. Atravesáronse con todo, pareceres diversos después de la victoria; temió quizá Felipe II el engrandecimiento de su hermano; y no acordando la Liga una conquista general del Imperio derrotado en Lepanto, tuvo Selim tiempo para rehacerse y más tiempo la discordia para sembrar cizaña entre las Potencias coligadas. No obstante, á pesar de esto, el combate naval de Lepanto ocupará siempre una de las más brillantes páginas de la historia de España.
- “No fue Cervantes el único escritor español que se halló en la célebre jornada del 7 de Octubre de 1571. Estuvo también Cristóbal de Virués, é igualmente tomaron parte en ella Gerónimo Corte-Real, caballero portugués, á quien hemos tenido presente, y Gerónimo Torres Aguilera, que habló del mismo combate en una Crónica y recopilación de varios sucesos impresa en Zaragoza en 1579”.
ADDENDA, adiciones y complementos sobre las temáticas y motivos referidos en el artículo (Por Juan E. Prades):